Preparándome para iniciar una conferencia en una escuela veo que se acerca una madre que trabaja en el centro escolar y me dice que quiere preguntarme algo. Me dice que sospechaba que su hija adolescente estaba teniendo relaciones sexuales porque la veía diferente, que la notaba “más desarrollada” y que, para asegurarse, la llevó al ginecólogo para que este le confirmara si era virgen. Su intención era que yo le dijera si lo había hecho bien, porque su hija no había vuelto a hablarle desde ese día.
Conversé con ella y le expliqué que eso es una violación a los derechos sexuales de su hija, y es una falta de ética de un ginecólogo confirmar o no si el himen está intacto. Le informé que hay más de 9 tipos de himen, y que este tejido puede romperse hasta montando bicicleta o con algún golpe brusco en los genitales, que incluso hay mujeres que nacen sin himen, y que hay otras que lo tienen intacto a pesar de haber iniciado su vida sexual, porque tienen un himen muy elástico que se llama himen complaciente, y tiene la capacidad de estirarse y volver a su estado natural aún haya penetración pene vagina.
Luego de explicarle la parte anatómica le pregunté: ¿Considera valiosa a su hija solo por un tejido de su cuerpo que no tiene ninguna función más que etiquetarla? Traté de analizar el hecho de que la virginidad es otra manera de manipular el cuerpo de las mujeres, de etiquetarlas y de jugar con su sexualidad.
Puras y castas
Vivimos en una sociedad que le dice a las mujeres que deben mantenerse “puras y castas” hasta llegar al matrimonio, y que le aplaude a los hombres que pierdan su virginidad lo antes posible y celebra que tengan todas las parejas que puedan, y eso es un abuso.
A nosotras nos exigen sangre y dolor para considerarnos puras y aptas para el matrimonio, y lo tenemos que reflejar con un vestido blanco que lo simboliza y nos convierte en un premio para un hombre que la considerará pura solo si ve sangre, y no es justo, porque nadie cuestiona al marido si es el adecuado por su pasado sexual.
Algo que me llama la atención y que refuerza el valor exagerado que la sociedad le da a la virginidad femenina es ver con demasiada frecuencia adolescentes que practican sexo anal, sexo oral, y todas las prácticas sexuales, menos la penetración, porque no quieren dejar de «ser virgen” y «perder su valor”. Pero también lo confirmo con aquellas mujeres que se someten a una himenoplastia, que es una reconstrucción quirúrgica del himen para volver a sentirse “puras y valiosas”.
Somos mujeres
La madre entendió que llevar a su hija a un ginecólogo para que le confirme su valor es una forma de violencia, que nadie tiene derecho a etiquetarnos de fáciles y a tratarnos mejor o peor por la existencia o no de un tejido, y que lo ideal es que eduque a su hija para que, si ya se inició sexualmente, sepa protegerse y que pueda tener una vida sexual sana y responsable, en el momento que se sienta lista para asumir las consecuencias.
Nosotras no somos objetos que se compran, no somos un tablero de tiro al blanco, somos mujeres, por lo que nadie, ni siquiera quien nos parió tiene derecho a jugar con nuestro cuerpo.
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