La mentira más grande que nos han contado

Nos entrenaron para entrar la panza y levantar el pecho para las fotos.

Nos dijeron que si no teníamos el abdomen como una plancha, la cintura de una avispa y las medidas de una guitarra, no teníamos permiso de disfrutarnos.

Nos dijeron que no podíamos salir si no estábamos depiladas; que tener vello era malo y hasta sucio.

Nos enseñaron a no comer o a pasar hambre cuando íbamos a una fiesta con un vestido ajustado, para que el cuerpo se viera estilizado.

Nos entrenaron para odiar la normalidad de esa grasa que se acumula de manera natural en un cuerpo que acaba de traer una vida al mundo.

Nos lavaron el cerebro con imágenes de “cuerpos perfectos” en la televisión, en las revistas, en las películas, en las redes, en las muñecas con las que jugábamos; para que nos diera miedo mostrarnos, para mantenernos escondidas, acomplejadas.

Nos dijeron que los años son una carga y que envejecer es un fracaso, para que la edad nos quite poder y nuble la sabiduría de la experiencia.

Nos dijeron que éramos muñecas, con la que el sistema podía jugar a su antojo, para hacernos invertir la vida en ser aceptadas y aplaudidas.

La mentira más grande que nos contaron era que ser flaca y “tonificada” era la clave para ser feliz, popular y exitosa.

Lo que entendimos

Nos contaron muchas mentiras. Hasta que un día dejamos de creerlas y comenzamos a creer en nosotras.

Entendimos que de la única manera que le enseñaremos al sistema que somos hermosas con nuestra diversidad es precisamente mostrando esa diversidad.

Entendimos que de la única manera que equilibraremos la balanza que nos ha roto nuestra autoestima es dejando de escondernos.

Entendimos que a los 20s, a los 40s, a los 70s todas tenemos un “cuerpo de bikini” siempre y cuando usemos el bikini y amemos el cuerpo que lo usa, no al revés.

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